Con mucha frecuencia solemos oír exclamaciones como “es de otro planeta, ha nacido para, tiene un don especial, está tocado por la mano de Dios” para referirnos a las extraordinarias cualidades que tienen personajes como Rafa Nadal, Steve Jobs, Luciano Pavarotti… Durante muchos años y hasta hace poco tiempo, existía un determinismo muy extendido que partía de la base que el talento es esencialmente una cualidad innata, es decir, que viene predeterminada genéticamente. Y de esta forma, es el “talento innato” el que determina nuestro futuro en un ámbito de actuación concreto.
Afortunadamente, los que hemos dudado de este determinismo genético, ahora estamos de enhorabuena. Recientemente han aparecido numerosos estudios científicos que cuestionan muy seriamente la influencia de la herencia genética y dan una clara preponderancia al desarrollo del talento mediante el esfuerzo, el sacrificio y los siempre importantes elementos del entorno (familia, escuela, compañeros…). Apuntan hacia un paradigma absolutamente diferente.
De esta forma, tengo muy claro que no podemos entender el talento como una cosa en concreto, sino como un proceso. El talento, como la inteligencia, no es algo que se recibe o se hereda, es una capacidad que se aprende. Así, podemos afirmar que el talento no está al principio, sino al final de la educación. Evidentemente, no significa que entre las personas no existan importantes diferencias genéticas que comportan ciertas ventajas y desventajas. La genética otorga diferencias, pero también es cierto que la mayoría de las personas desconocemos nuestros verdaderos límites, que estamos muy lejos de conseguir lo que los científicos llaman el “potencial no actualizado”, es decir, hasta donde podemos llegar en una determinada disciplina.
Uno de los muchos estudios que corroboran estas hipótesis, se trata de una investigación realizada en el Conservatorio de música de Viena. Se pidió a los profesores de primer curso que ordenasen a sus alumnos según lo que ellos intuían era su facilidad para la música, lo que se suele llamar “talento innato”. Unos años después, al terminar sus estudios en el Conservatorio, se comparaba el nivel musical logrado con el talento o “facilidad innata” que tenían en primer curso. Sorprendentemente, no había ninguna correlación estadística entre esta facilidad inicial y el nivel musical conseguido. Por el contrario, se pidió a los profesores que ordenasen a los alumnos de último curso según la dedicación que habían tenido durante su etapa en el Conservatorio. Los estudios demostraron una grandísima correlación entre el tiempo dedicado y el nivel musical logrado. De esta forma, los científicos concluyeron que el nivel conseguido dependía básicamente del tiempo invertido en la formación y nada tenía que ver con esta presunta facilidad innata.
Afortunadamente para los que creemos en valores como el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio o el espíritu de superación, la ciencia ha demostrado que estos valores son mucho más importantes que nuestra herencia genética. Esto permite que todos podamos tener nuestros sueños. No estamos limitados por nuestra genética, lo estamos por nuestra determinación, por nuestro afán de superación, esfuerzo… Ya no tenemos excusas, depende de nosotros. ¡Vamos!